Un día como hoy…



Premio Relatos Comunitarios de la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria de la Universidad de Alicante. Futura publicación en la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC)

Gracias a Macarena Hernández por la lectura y el feedback previo al envío.

PENSAMIENTOS DE LA AUTORA: 

Escribí este relato en 2019 mientras trabajaba de enfermera investigadora en un proyecto para personas mayores con deterioro cognitivo y/o demencia. Día tras día realizaba entrevistas y valoraciones a dichas personas y sus cuidadores, evaluando aspectos como la depresión o la calidad de vida. Comencé poco a poco a sensibilizarme por la pérdida progresiva de memoria y las consecuencias personales, familiares y sociales que conlleva. Sigo emocionándome a diario con vivencias y desde dicha emoción nacieron unos primeros versos que más tarde dieron forma al relato que presento a continuación.

Un día como hoy...

Lunes, nueve y cuarto de la mañana de un soleado mes de octubre. Elena se apresura por el pasillo del centro de salud en dirección a su consulta. Cuatro personas esperan puntuales su llegada sentadas en la sala de espera. Una mujer con pelo cano mira con sosiego al hombre sentado a su lado mientras este Whatsappea por el móvil. En frente, un hombre con bastón lee el periódico, a su lado, una mujer joven repasa un bloc de notas. Elena los saluda mientras se disculpa por el retraso y busca las llaves de la puerta. Un joven con gafas y una tarjeta identificativa se acerca titubeante y se presenta como Carlos. Es residente de enfermería familiar y comunitaria. Elena le da la bienvenida y le invita a pasar. Suelta el bolso encima de la mesa mientras enciende el ordenador “Perdona el retraso, los miércoles tengo que dejar a los niños en el cole y me pilla siempre la hora punta”. “No te preocupes” le resta importancia Carlos “Yo también me he retrasado encontrando la consulta”.

Elena se organiza, abre la agenda del día y repasa en voz baja diferentes nombres “Josefa, Juan, Carmen, Paco, María… luego tenemos el grupo de envejecimiento saludable de doce a una, una hora de avisos y terminamos la mañana con formación a las dos…”. Elena desvía la mirada de la pantalla del ordenador de manera abrupta para preguntarle a Carlos “¿Conoces las notificaciones del Facebook de “Hoy tienes un recuerdo para rememorar, un día como hoy hace un año bla bla bla…?”. “Claro” asiente distraído Carlos. “Estupendo, empecemos con Josefa”.

 Josefa, que viene temprano, viene acompañada por su hermano. Desde que va al centro de día, ya no deja el puchero encendido en la cocina. Tal día como hoy, Josefa era cocinera y no había receta que no se supiera.

La mujer cana de la sala de espera y el hombre sentado a su lado se levantan al escuchar la voz de Elena. “¡Buenos días Josefa! Este es mi nuevo compañero, Carlos, estará con nosotros unos meses”. “¡Cada vez te los traen más jóvenes Elena! ¡Y más guapos! ¿Tienes novia? Mi nieta Gloria está soltera. ¿O eres más de novios? Eso en mi época no se llevaba, pero ahora corren otros tiempos y ¡yo soy una moderna!”. Carlos se sonroja y sonríe con timidez. Mientras toman asiento, Elena interviene riendo con diversión “Josefa, ¡que me lo va a asustar!”. “Bueno, Francisco, ¿cómo ve a su hermana Josefa?”. “Mejor, mejor” comienza él “Hace ya un mes desde que empezó a ir al centro de día de AFA. Vienen todas las mañanas en minibús a recogerla y llega a media tarde”. “¿Usted cómo lo ve Josefa? ¿Le está gustando?”. “Mucho Elena, al principio no tanto, porque veía a la gente peor que yo, y quieras que no, echa para atrás… Pero el personal de allí es muy atento y estoy entretenida, además, así mi Francisco no se preocupa de que me deje las lentejas en el fuego…”. “Cuánto me alegro Josefa, ¿le parece que Carlos le haga el Sintrom mientras yo tomo nota en el ordenador?” “Solo si acepta una cita con mi Gloria” ríe ofreciendo un dedo.

Tras salir los hermanos de la consulta pregunta Carlos “¿Qué es AFA?”. “Es la Asociación de Familiares de personas con Alzheimer y otras demencias. Josefa ha ido empeorando progresivamente durante los últimos años y Francisco su hermano, dio la voz de alarma tras encontrar repetidamente la comida quemada a medio día. El pasa la mañana fuera y ella cada vez presenta mayor deterioro para llevar a cabo las actividades de la vida diaria. Ella se niega a dejar de cocinar, ha sido cocinera toda la vida, pero al menos ahora lo hace por las noches acompañada por Francisco”.

Juan desde que está viudo, pierde las cosas más a menudo. Viene con su hija María del Mar, porque se desorienta cuando sale a comprar. Tal día como hoy Juan era contable y no había factura que él más fiable.

El siguiente en pasar es el hombre con bastón y la mujer con el bloc de notas que saluda nerviosa “Ay Elena, otra vez estamos igual. Menudo susto esta semana.” Elena con voz calmada pregunta “¿Qué ha pasado María del Mar?”. “¿Se lo cuentas tú o se lo cuento yo papá?”. El hombre deja caer los hombros permaneciendo en silencio”. “El sábado Elena, se fue otra vez a comprar solo, y nos llama la frutera para decirnos que mi padre no hace más que subir y bajar de casa a comprar las cosas de una en una”. “¿Y eso Juan? Se ha tomado muy en serio lo de hacer ejercicio subiendo y bajando tantas escaleras” dice Elena guiñándole un ojo a Juan para reducir la tensión. Una sonrisa asoma las comisuras de este pero luego adopta una voz triste explicándole a su hija “¿Y qué quieres que le haga Mari si desde que no está tu madre no me manejo igual? Organizaba ella la lista de la compra y luego salíamos juntos a comprar y claro, ahora, ¡a ver quién se acuerda de donde está la lista y de lo que hay que comprar!”.  Elena sonríe con dulzura, mira a Juan, seguidamente a su hija y de nuevo a Juan alargando su mano para sostener la de Juan “Juan, María del Mar, deben comprender que el fallecimiento de Doña Aurora sigue muy reciente y presente. Es habitual en estas situaciones de duelo que cueste adaptarse. Piensen que llevaban muchos años con unas rutinas y unos hábitos que ahora han cambiado, y es por ello que Juan tiene dificultad para hacer las tareas que antes hacían juntos”.

Carlos cierra la puerta tras despedirse de padre e hija y reflexiona “Es curioso como los roles generacionales determinan situaciones como esta ¿verdad?”. “Si y no” responde Elena desde la experiencia “Independientemente de las labores del hogar, la pérdida de un ser querido, la tristeza que nos ocasiona, condiciona nuestra atención y consecuentemente, nuestra memoria y nuestra ejecución de actividades. Doña Aurora gestionaba muy bien la casa, pero Juan a su lado, era muy funcional e independiente, y cuando Doña Aurora estuvo enferma en casa, el llevo to´ pa´lante sin ayuda. Es más, Juan estuvo años llevando las facturas de unos grandes almacenes, llevando listas y listas de pedidos y ventas. La inactividad tras jubilarse comenzó a mermarle algo la memoria, pero Doña Aurora le mantenía activo con mandaos.”

Paco que viene con su mujer, no recuerda lo que hizo ayer. Llega a última hora, porque olvidó tender la lavadora. Tal día como hoy Paco era agricultor y no había terreno que creciese con mayor vigor.

Tras media hora con la puerta de la consulta abierta esperando a Carmen, que finalmente no acude, aparece apresurándose un hombre barbudo y una mujer pecosa. “¡Pasen, pasen!” Les anima Elena, “Ya me extrañaba a mí que no viniesen”. “Discúlpenos Elena” comienza él “resulta que puse esta mañana una lavadora y cuando estábamos a punto de salir por la puerta me digo a mi mismo, Paco ¡la lavadora! Total, que como a mi señora Inés no le gusta la ropa con olor a humedad, a tender la ropa que me he puesto”. “No se preocupe Paco, ¿cómo se encuentra? ¿se está haciendo los controles del azúcar?”. La mujer saca una cartilla con números apuntados y se la entrega a Elena “Regular Elena, tengo que estar muy pendiente de él”. Elena le entrega la cartilla a Carlos para que este la revise. “Paco, ¿cómo se encuentra?”. “Ahí vamos señorita Elena, según el día. Algunos días me doy el capricho de chocolate con churros, ya sabe, pero por lo general paseo y todas esas cosas que me recomienda usted siempre. Cuido del jardín, que bueno, ya no es como antes cuando cuidaba el campo, pero oye, mi señora siempre me dice que lo tengo bien hermoso. Pero, ay mis churros de vez en cuando, que ya, pa´lo que me queda”. “¡Anda anda!” se burla Inés con cariño “Menudo es este”. Carlos pide permiso “¿Puedo hacerle el azúcar Paco?”. “Pues claro joven, no serás ni el primero ni el último” ríe divertido. “¿Les han llamado para el estudio de investigación Inés?” pregunta Elena. “Pues sí, la semana pasada justo estuvimos. Nos citaron en la Unidad de Investigación del hospital y nos atendió una enfermera muy simpática. Le hizo a Paco unas preguntas de memoria, qué hora era, dónde estábamos, algo de una peseta y una manzana, y luego le preguntaron de la tristeza”. “¿Y al final van a participar?”. “Pues sí” contesta Paco sosteniendo el algodoncillo entre los dedos, “Nos hicieron firmar unos papeles y luego nos hicieron unos cuestionarios. Y ayer precisamente nos instalaron en la casa un aparatito a la tele muy gracioso, oye. Para hacer juegos de memoria, llamar a los nietos, poner fotos, ¡muy completito! Eso sí, por el nombre no me preguntes que es muy moderno y no me acuerdo”.

Carlos teclea en el ordenador registrando la glucemia y pregunta “¿Qué es eso del estudio Elena?”. “Pues verás” comienza ella “nos pidieron desde el instituto de investigación regional colaborar en el reclutamiento de un estudio europeo público. Buscan un perfil de participante y si coincide con personas de nuestro cupo les informamos y les pedimos permiso para que les llamen para entrevistarles. “Mira” continúa señalando la estantería “allí tienes los trípticos”. Carlos los ojea con interés y Elena añade “Considero importante que las enfermeras investiguemos y si bien, no todas podemos ser investigadoras principales y dedicar toda nuestra jornada a ello, si podemos colaborar en la medida que podamos. Siempre apuesto por las investigaciones que puedan beneficiar a las personas que cuidamos”.

María que vive sola, viene con su vecina Lola. Se valora derivar a neurología, porque las llaves de casa olvida. Tal día como hoy, María era modista y no había imperdible que escapase a su vista.

Unos nudillos golpean la puerta “María, Lola, pasen” invita Elena a pasar al reconocer los rostros familiares que asoman por la puerta. Ambas llevan un cuaderno en la mano y Elena exclama “¡No me digan que ya han empezado los talleres de memoria del ayuntamiento!”. “¡Digo!” exclama Lola “La semana pasada, allí que fuimos mi Loli y yo. Este año han cambiado el enfermero que los lleva, pero es mu´ apañao”. “Aunque como mi Antonio ninguno, tu lo sabes Elena” puntualiza María guiándole el ojo. “Y lo mucho que me alegro yo de que puedan ir juntas” añade Elena. “A eso y a la zumba y la pintura, todo el día pa´rriba y pa´bajo, ¡es un no parar! Oye, ¿y este mozo nuevo?” pregunta sin disimulo Lola mientras le da codazos a María. “Nuestro nuevo fichaje, ¿cómo lo ven señoras?”. “No me importa tanto como le veo, que le veo bien apuesto, si no ¡cómo me ponga la vacuna!” ríe una de ellas. “Bueno, ¿alguna voluntaria para ser la primera?” pregunta Carlos entre nervioso y divertido por la pareja dicharachera. “La más mayor primero” se burla Lola sacándole la lengua a María “¡Por unos meses! A ver que te crees”. Mientras Carlos le pone la vacuna de la gripe a María, Lola baja la voz y le explica a Elena “La cosa va a mejor Elena, le doy un timbrazo, sale y cierra la puerta conmigo, así veo donde guarda las llaves y a la vuelta no tenemos duda”.

Carlos se retira los guantes y lava las manos mientras Elena apunta las referencias de las vacunas en el ordenador y pregunta “¿Qué es eso de los talleres de memoria Elena?”. “Pues es una actividad semanal que organiza el ayuntamiento en cada distrito para personas mayores. Lo suelen llevar enfermeros o psicólogos y se realizan ejercicios de estimulación cognitiva. Son estupendos, hace años que conozco a personas que están acudiendo y se nota bastante, además de lo beneficioso que es arreglarse, salir de la casa, socializar, todo lo que conlleva la actividad”.

Suena el teléfono de la consulta y Elena responde. Tras un rato en silencio responde “Mhm, ya veo. Gracias Marta. Nos acercaremos sobre la una”. “Era la administrativa. La sobrina de Carmen ha llamado avisando de que perdió el papel donde apuntó la cita de hoy y para cuando lo ha encontrado se les había pasado la hora, vendrán mañana. Y Julia, la mujer de Pepe, paciente nuestro, también ha llamado solicitando que vayamos a su domicilio a hacerle una cura. Fue dado de alta el viernes tras estar hospitalizado por una caída en la calle. Se desorientó y se puso nervioso tropezando con unas escaleras y teniendo una caída aparatosa”. El reloj de pared apunta las doce menos diez y Elena se apresura a la puerta, “Corre Carlos, tenemos que preparar la sala para el grupo de envejecimiento saludable”.

Elena saluda a los ocho mayores que se sitúan formando un círculo en el centro de la sala. “Buenos días a todos, y bienvenidos a la tercera sesión del grupo de envejecimiento saludable. ¿Alguno recuerda lo que vimos la semana pasada?”. Una señora con vestido de lunares comienza “Estuvimos hablando de las personas que nos rodean y nos cuidan, nuestra familia y nuestras amistades”. “Efectivamente Pepi, para afrontar la vejez es importante sentirnos arropados por nuestro entorno más cercano. Hoy, vamos a explorar los diferentes recursos del barrio que conocemos para hacer actividades. Para fomentar un envejecimiento activo, reducir la soledad y potenciar la actividad física, es importante contar con las asociaciones locales, los centros de mayores del ayuntamiento, los hogares del jubilado… Para la actividad de hoy he traído un mapa del barrio, o más bien dicho, un súper mapa, porque lo han impreso bien grande para que podamos verlo bien y vamos a ir colocando estos post-it de colores con los nombres de los recursos y las actividades que conozcamos”.

Tras terminar el grupo, Elena y Carlos ordenan la sala y recogen el pequeño mapa multicolor resultado de la actividad. “Elena, lo que hemos hecho hoy está inspirado en la atención comunitaria basada en activos de salud, ¿verdad?” pregunta Carlos. “Bien visto Carlos, es muy importante potenciar la capacidad de las personas de mantener o mejorar su salud, y si bien muchas llevan toda la vida en el barrio, no todas conocen todo lo que el barrio les puede ofrecer. Además, hay muchos mayores que se mudan con sus hijos y pierden todo el apoyo social del lugar donde antes vivían”.

Pepe que es padre, abuelo y marido, es por todos querido. Solicita cura de herida, porque ha sufrido una caída. Tal día como hoy, Pepe era constructor y no había andamio al que no se subiese por temor.

“Pepe, Julia, ¡huele a guiso desde el ascensor!” saluda Elena entusiasmada entrando por la puerta del domicilio. “Gracias Elena, ya sabes que estás invitada siempre que quieras. Bueno, tú y tu acompañante, claro” añade Julia con educación de camino al dormitorio principal. “Pepe, este es Carlos, es un profesional de primera y le va a hacer la cura”. “Claro Elena, con usted y sus acompañantes siempre me siento en buenas manos”. “¿Qué tal fue el ingreso Pepe? ¿Le fueron a visitar los nietecillos?”. “Los adolescentes sí, mi Jose y mi Lucía y me trajeron una tableta de esas para ver antiguas películas. Eso sí, ahora me ha entrado un miedo de salir a la calle”. “Claro Pepe” interviene Carlos en mitad de la cura “es habitual tras el susto que ahora le cueste más, pero no tenga prisa, poco a poco”.

De vuelta en el centro de salud Elena felicita a Carlos por las técnicas que ha realizado durante la mañana, pero, sobre todo, por la cercanía mostrada durante toda la mañana con las personas a las que han atendido. “¿Sabes mi intervención NIC favorita Carlos?” pregunta Elena de camino a la sala de formación. “Presencia, saber estar con y para la persona”.

Hoy, la sesión de formación es de la campaña de vacunación de la gripe que acaba de empezar, población diana, organización de lotes y consultas etc.  Cuando termina, Elena se entretiene comentando un caso con la trabajadora social y Carlos espera para acompañarle a la entrada. “Gracias Elena” se despide “Gracias a ti Carlos, ¡hasta mañana!”.

Josefa, Juan, Carmen, Paco, María y Pepe son sólo algunos de los pocos a los que enfermeras como Elena o Carlos cuidan en su día a día. Y si bien, las arrugas son visibles para todo el que las mira, la soledad, la fragilidad, las pérdidas de memoria, y otras consecuencias de la vejez, pasan en ocasiones desapercibidas para todo aquel que no las viva.

Un martes más, un martes cualquiera

Accésit del I Certamen de relatos breves organizados por el Colegio Oficial de Enfermería de Cáceres y la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental.

PENSAMIENTOS DE LA AUTORA:

Escribí este relato en 2017 mientras rotaba como Enfermera Interno Residente de Salud Mental en la Unidad de Salud Mental Comunitaria de Cártama del Hospital Universitario Virgen de la Victoria. Tuve la oportunidad de acudir a varias sesiones de los grupos multifamiliares dinamizadas por un enfermero especialista en salud mental, un psiquiatra y una auxiliar de enfermería. Las vivencias de dicho grupo inspiraron este relato.

Un martes más, un martes cualquiera

Martes. Once de la mañana. Sentado en el borde de una cama, cabizbajo, con los hombros caídos y la mirada en el suelo, un hombre de mediana edad acariciaba unas rugosas sábanas de hospital, lavadas mil y una veces. Aquel día caluroso y soleado, su cuerpo se encontraba presente en aquella fría y gris habitación de hospital. Quién podría imaginar que más allá de aquellas cuatro paredes, a escasos metros, se encontraba el mar. Sin embargo, al cerrar sus ojos, su mente se transportó a aquella amplia y luminosa sala, como cada dos martes al mes. No podía imaginar lo que estaba ocurriendo en aquel instante, en aquel grupo. Se encontraba solo en la habitación. Sin embargo, aunque físicamente no estuviese rodeado de aquel grupo de señaladas personas, se sentía extrañamente acompañado por las mismas.

A unos treinta kilómetros de distancia, un calor de finales de verano daba la bienvenida a los integrantes del grupo multifamiliar. La unidad de salud mental comunitaria venía convocándolo de manera bimensual desde hacía más de ocho años.

Mientras se arreglaban los problemas técnicos de acondicionamiento de la sala, un murmullo llenaba el silencio previo al inicio del grupo. Este murmullo, necesario e imprescindible, manifestación de presencia en el grupo, parecía ser más débil debido al periodo de tiempo más prolongado desde la última sesión del grupo. El grupo se había visto interrumpido por las vacaciones de verano.

En el centro de la sala estaban dispuestas en forma de óvalo una multitud de sillas. Una joven preguntó si podía tomar asiento, y una mujer le invitó amablemente a sentarse. “¿Cuántos años lleva usted viniendo al grupo?” preguntó la joven. “Seis años” respondió la mujer, para sorpresa de ella. La mujer se acercó a la joven y entrecerrando los ojos leyó en la tarjeta identificativa de la joven “EIR de salud mental”. “¿Y eso qué es?” preguntó la mujer. La joven sonrió y se presentó por su nombre explicando “Soy Enfermera Interno Residente y vengo para aprender de y con ustedes. Es mi primer día”.

Con la llegada de aquellas personas que iban tomando asiento, la sala se iba inundando, de algún modo, de un aire de confianza, de complicidad. Un hombre alto, arreglado y con corbata saludaba a todos aquellos que continuaban llegando. Se intuía en su tarjeta identificativa la palabra “psiquiatra”, aunque los años habían borrado casi por completo la misma. Finalmente, la sala fue lentamente quedándose en silencio.
El hombre permaneció de pie y dio la bienvenida al grupo que se había conformado. Dirigió la mirada hacia la joven, y todas las miradas se percataron de aquella nueva presencia en el grupo. Le pidió a la joven que se presentara y que expusiese la razón por la cual se había unido temporalmente al grupo. La acogida fue inmejorable, allá donde miró la joven, recibió una mirada atenta y una sonrisa acogedora.

Un hombre de piel morena y con una identificación que leía “enfermero especialista en salud mental”, dio comienzo a la sesión invitando a los integrantes a compartir sus experiencias vividas durante el verano. “Dormir, disfrutar, descansar, viajar, visitar a familiares…” eran algunas de las actividades que habían hecho durante el verano. El enfermero comenzó a anotar con rotulador dichas palabras en la pizarra blanca situada en la cabecera del óvalo, tras lo cual, preguntó por las previsiones o deseos para la vuelta a la normalidad postvacacional. “Volver a la rutina” intervino una mujer morena, “tener estabilidad” compartió un hombre con gafas, “retomar la natación” dijo un joven con timidez. Hubo alguna sorpresa en el grupo respecto a la última afirmación, y una pareja mayor cruzó miradas con incredulidad: eran sus padres. Ante dicha reacción, el enfermero preguntó a sus familiares qué les parecía dicho cambio. Su padre contestó con confianza “Ya era hora, hijo. ¡Claro que sí!”. El joven esbozó una pequeña sonrisa que se borró rápidamente de su rostro cuando su madre espetó “¡Pero qué dices! Llevas meses sin apenas salir de la casa y tenemos que estar encima de ti para la medicación…” Se percibía cierto resentimiento en su voz. “¡Mejor escucha a tu padre!” le animó el enfermero de piel morena, riendo sonoramente, preguntando seguidamente al grupo “¿Qué creéis que ha motivado este cambio?”. Alguien aseveró “Creer que es posible”, “¡querer es poder!” sostuvo otro, “tener convicción” se escuchó al fondo de la sala a una mujer cuya identificación leía “auxiliar de enfermería”, “tener ilusión…” compartió la EIR. El grupo encontró un millar de reflexiones positivas para el cambio. Las reflexiones ofrecidas parecían dirigirse hacia el joven en disposición para el cambio, pero la mirada de los integrantes del grupo no estaba en el cambio de esta persona. La mirada de cada uno, estaba situada en sí mismo. El efecto espejo del grupo, estaba impactando experiencias y vivencias actuales y pasadas de cada integrante del grupo. Residiendo el poder del grupo como en tantas ocasiones, en contrastar lo compartido en el grupo, con uno mismo.

“¿Y tú?” preguntó el enfermero. “Ni fu, ni fa” respondió una mujer cana con un hilo de voz. “¿Cómo has dicho que has pasado el verano? No te he entendido bien” preguntó el hombre de piel morena. “Ni fu, ni fa” volvió a repetir ella. El enfermero lo anotó en la pizarra y le preguntó “¿y cómo ves lo que viene ahora?”. “Igual” replicó ella “ni fu, ni fa”. Un silencio inundó la sala, y todas las miradas se posaron en aquella mujer menuda. Con dificultad y reticencia inicial, compartió las razones de su sufrimiento actual y lo justificó en su anclaje al pasado. El hombre alto y con gafas le animó a hacer un ejercicio de reflexión, pero el malestar de ella le negó a participar. No obstante, seleccionó a otro integrante del grupo para llevar a cabo el ejercicio. El voluntario se dirigió a la cabecera de la sala y se situó entre dos mesas. El hombre alto le indicó que se sujetara a una de las mesas. El voluntario hizo esto, aferrándose con ambas manos a la misma. A continuación, le pidió que se desplazase hacia la otra mesa sin soltar la mesa inicial. No fue capaz. “¿Y soltando una mano?” le animó el hombre alto. Siguiendo las indicaciones, el voluntario se soltó y estiró el brazo libre hacia la otra mesa. Sin embargo, la distancia que lo separaba de la misma era imposible de abarcar. “Uno no puede valorar dirigirse al presente o al futuro, si no suelta el pasado. ¿Y si sueltas ambas manos?” El voluntario lo hizo, y permaneció en el mismo lugar. Balanceándose hacia una y otra mesa, no era capaz de aferrarse a ninguna. “No estar aferrado al pasado no implica dirigirse hacia el presente o futuro. Uno puede permanecer sin dirección, sin avanzar. En ocasiones, uno puede tomar la dirección sólo, en otras, acompañado, pero la decisión de tomar una dirección, de avanzar, la tiene que hacer uno mismo” concluyó con la metáfora el hombre alto. “Las vivencias conforman nuestro pasado y presente. La vida es un tránsito en compañía” añadió el enfermero. La EIR compartió “Sin las relaciones que establecemos con los demás, no son sino sobrevivencias. Lo que hace que sean vivencias es precisamente ese tránsito en compañía”.

Transcurrida una hora del grupo, apareció por el umbral de la puerta un hombre con un bastón disculpándose por su retraso. Había dos sillas vacías en el óvalo que formaba el grupo. Preguntó si alguna estaba ocupada, y los demás lo negaron invitándole a tomar asiento. Sin embargo, aunque quedara una silla vacía, ésta, no lo estaba. Se hizo un silencio tras el cual, intervino el hombre con bastón sentado a la derecha de la silla vacía. “Uno de nuestros compañeros” dijo mientras miraba la silla “no ha podido estar hoy presente debido a que ha sido ingresado en el hospital.” Algunas personas se sorprendieron, pero otras eran conocedoras de la situación. “¿Qué ha ocurrido?” le animó a continuar el enfermero. El hombre con bastón relató lo acontecido en las últimas semanas. El compañero lo había llamado angustiado, pidiendo ayuda, tras haber ingerido indeterminadas pastillas de medicación para quitarse la vida. El hombre con bastón, impotente ante la distancia geográfica que lo separaba de su compañero que reclamaba ayuda, tras meditar unos segundos, dio la voz de alarma a su mujer e hijas y se puso en contacto con otro integrante del grupo para poder ayudarlo y ofrecerle un transporte para desplazarse a su equipo profesional. Unas llamadas hicieron posible, que se movilizaran los medios para que este compañero fuese valorado en el hospital ante esta situación de crisis.

“Pude hacer poco por él” concluyó el hombre con bastón. “¿Poco?” Se sorprendió el enfermero. “¿Consideras que fue poco gestionar lo posible para que pudiese recibir ayuda?” Comenzó a dibujar con el rotulador en la pizarra blanca una red tejida por las diferentes personas que se habían puesto en contacto durante la crisis. “Este grupo es una red, un sostén. Es un grupo que está cohesionado y centrado en la tarea” intervino el hombre alto y con gafas. “Está cohesionado porque cuando se ha dado la situación, ha estado presente y disponible para un integrante del grupo. Y está centrado en la tarea porque está cumpliendo su función de ayuda mutua”. La red que se había tejido, que tan resistente y sostenedora había sido ante dicho evento, era fruto de una labor de años de duración. Invitadas pasajeras, como aquella EIR de salud mental, presenciarían en varias sesiones, esbozos de la esencia de un grupo terapéutico afianzado. Todo lo ocurrido desde la formación del grupo, hasta la adquisición de dicha cohesión, y el valor y la trascendencia de esta, solo era y sería conocida por los integrantes del grupo.

“Din, don” sonó la campana del viejo campanario del hospital marítimo anunciando la una del mediodía. La mente del hombre se reubicó de nuevo en aquella habitación. Sin ser consciente de ello, durante aquellas dos horas, había contribuido a seguir tejiendo esa red de sostén, con su experiencia y vivencia como integrante del grupo, con su ausencia. Pues, ¿qué es, si no la ausencia, otra forma de presencia?

Al acariciar de nuevo las sábanas se preguntó cuántas personas habrían acariciado las mismas mil y una veces y cuán rugosas eran las secuelas de tal arduo proceso.